EL SECRETO DE HORNACHUELOS
CAPITULO SEXTO
Hola, ¿ que tal ha dormido mi princesa?
Hola, muy bien gracias.
Se me ha ocurrido hacerte una propuesta para hoy que hace un día espectacular.
¿ Que te parece si nos vamos con todos tus amigos a la sierra y pasamos una mañana catando vinos, degustamos unas tortillas de patata y luego comemos, bailamos y volvemos a Madrid por la noche?
¿En serio?
Si.
Vale me preparo en un segundo.
Me ducho me hago una coleta me pongo unos vaqueros y una camiseta y me recoges en 30 minutos.
Genial entonces hasta ahora.
Desde la ventana escucho el claxon del coche de Paco y corriendo bajo los escalones de dos en dos y hasta de tres en tres hasta llegar al portal para encontrarme con el.
Vaya que elegante te has puesto, pero esa gorra que llevas no me gusta nada.
Sabia que no te iba a hacer ninguna gracia por eso me la he puesto, me encanta como arrugas la nariz cuando algo no te hace gracia.
Ya me la quito.
!No! deja, deja, que seguro va a ser peor el remedio que la enfermedad, por lo menos no te quemaras la cabeza.
¿Y mi beso?
Estabas tardando mucho en pedirmelo.
¿Uno solo?
Me conformo de momento.
Entonces te regalo unos pocos mas y los guardas para cuando te entren las ganas.
De camino a encontrarnos con nuestros amigos en el asiento trasero de vehiculo nos pusimos a contarnos todo lo que habiamos hecho desde que dejamos de vernos hacia unas semanas.
No paraba de fumar, y yo de regañarle, era un frente que siempre teniamos abierto por culpa del dichoso tabaco.
Llegamos en punto, todos nos estaban esperando con una sonrisa de oreja a oreja, bajamos del coche saludamos y antes de emprender el viaje nos fuimos a desayunar a un bar cercano.
Una vez terminado nos encaminamos hacia el autocar que ya se encontraba en el punto de encuentro, la plaza del Marques de Salamanca.
Subimos, guardamos las mochilas, y partimos hacia la aventura.
Durante todo el trayecto no dejamos ni un solo instante de cantar, de jugar a las adivinanzas, al veo veo, y a sentir el calor de los que nos acompañaban.
Siempre pendiente de mi, se preocupaba de bajar el primero para tenderme su mano y ayudarme a bajar las pocas escaleras del autocar.
Empezamos el recorrido, le unte la cara con crema era tan blanco, yo hice lo mismo.
Visitamos unas bodegas donde el olor a roble de las barricas penetraba intensamente por nuestros conductos nasales, el suelo era de tierra, se notaba que lo regaron antes de llegar nosotros, y el almuerzo estaba preparado encima de unas mesas de madera irregulares con unos bancos alargados donde poder sentarnos unos junto a los otros.
Tortilla de patata, embutido, hogazas de pan blanco, torreznos, morcilla... vamos toda una fiesta del colesterol.
Y vino. un delicioso y exquisito vino tinto que no dejaba de manar de las cubas.
Lo siguiente era bajar tan suculento aperitivo y nos pusimos a caminar hacia una pradera llena de amapolas, flores amarillas, hierba de un intenso color verde donde solo nos acompañaban el sonido de las aves, el tintineo de los cencerros de las vacas, y el olor a limpio de una mañana que nunca he podido olvidar.
Que maravilla divisar a lo lejos las cumbres de las montañas nevadas, poder tumbarte en ese manto natural, mirar al cielo y ver como las nubes no dejanban de pintar una y otra vez dibujos irregulares que solo tu agudeza y fantasia se permitia intentar descifrar lo que te querian decir.
De vuelta a casa, cansados pero felices, nos despedimos con la esperanza de que muy pronto y si sus compromisos le dejaban unas horas tranquilo, volver a empezar.
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