sábado, 4 de noviembre de 2017

PELOS EN LA GATERA

Con gesto pensativo mirando desde mi ventana, recuerdo como en ese mismo lugar hace ya demasiados años, mis ojos apenas sí derramaban lágrimas, no por no querer sino por falta de tiempo.
Hoy con la mente mas clara que nunca, con nuevas fuerzas y los candelabros iluminando la estancia, mis invitados expectantes y a la vez preocupados se miran sonriendo unos a otros con ojos curiosos sin dejar de engullir pastas y vaciar las copas con más ira que nunca, pero con prudencia intentando disimular su inquietud.
Lo primero dar las gracias a todos ustedes por acudir a mi llamada, comenté susurrando dirigiéndome a ellos, pero antes de anunciar el motivo de por qué les he citado, si me lo permiten voy a interpretar una pieza al piano.
Pausadamente, dando la sensación de levitar, deslizando la cola de mi elegante vestido confeccionado con hilos de oro y plata, me fui acercando hasta la esquina donde atentamente uno de los muchos caballeros que se hallaban en la estancia acercó el escabel hasta mis pies, para que procediera a acomodarme en él y pudiese representar lo que unos minutos antes les había comentado iba a hacer.
Sin mover ni un solo musculo de la cara, con un halo de nostalgia y una dureza en la mirada indescriptible, "serpenteo", y lo hago hasta ajustar mi frágil cuerpo en el pequeño taburete tapizado en "lamé" a juego con mi traje, y con movimientos flemáticos voy uno a uno liberando los dedos de mis interminables guantes de color rojo, no un rojo cualquiera, sino un rojo "sangre de pichón", primero los de la izquierda, para luego coquetamente continuar recreándome con los de la derecha, dejando a la vista unas perfectas y largas manos que parecían mas desear tocar las resistentes cuerdas de un arpa, que no las heladas teclas blancas y negras de un piano.
Mi abundante y larga melena rubia acariciaba mis hombros que se hallaban al descubierto, donde algunos maliciosos rizos haciéndose los desmemoriados descansaban plácidamente entre mi insinuante escote, un escote que habia ignorado intencionadamente tanto su emplazamiento como su longitud, un escote travieso, un escote enredador, el cual se habia dejado llevar hasta "donde mi espalda perdía su nombre", un escote que autorizaba al ingenio fantasear con lo que a partir de ahí podía poseer solo aquel que fuera capaz de traducir mi partitura.

Y CON AIRE PENSATIVO ME SEPARE DE LA VENTANA....

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